La pontevedresa, que preside la asociación Alcer, tendrá que someterse a un segundo trasplante de riñón, esta vez de un donante vivo.
Nuria Cruz Ramos ya sabía lo que era la diálisis. Antes de recibir un trasplante de riñón, algo que ocurrió el 31 de julio del 2016, esta mujer que hoy tiene 48 años había vivido conectada a una máquina que hacía el trabajo de unos órganos que ya no funcionaban. Eso es la hemodiálisis, un tratamiento para filtrar las toxinas y el agua de la sangre como lo hacían sus riñones cuando estaban sanos. El trasplante supuso entonces una nueva vida para ella, a quien hace diecisiete años le diagnosticaron una enfermedad ultra rara que afecta a los riñones: el síndrome hemolítico urémico atípico (SHUa).
Nuria recibe el tratamiento a través de una fístula arteriovenosa en un brazo, donde le pinchan.
Los órganos donados no son eternos.
La cosa fue bien tras el trasplante durante casi cinco años. En febrero del 2020, poco antes del inicio de la pandemia del covid, el riñón que le había donado la familia de un chico de 41 años del que se acuerda todos los días empezó a fallar. «Estuve ingresada, pensaron que era un principio de rechazo del órgano, pero aún aguantó hasta julio del 2021, cuando ya entré en diálisis», explica Nuria, que nació en Ferrol aunque está afincada en Pontevedra, donde preside Alcer, la asociación para la lucha contra las enfermedades de riñón.
A diferencia de la experiencia con la primera diálisis, para ella fue un alivio. «Al principio yo no notaba nada. En una revisión periódica descubrieron que algo no iba bien en una analítica. Me dieron una medicación para frenar el rechazo, pero estaba inestable». Nuria se encontraba muy cansada y cada pequeña cosa que tenía que hacer suponía un gran esfuerzo. No sabía si era la fatiga pandémica o que se encontraba mal de verdad. Hasta que llegó una consulta presencial y ahí ya le dijeron que en cualquier momento iba a tener que dializarse. «Me preguntaron, ‘¿cúando quieres empezar?’ Y le dije que ya. El cansancio era extremo. Solo pensar en la comida era un esfuerzo, hacía cosas a la plancha por acabar antes, yo que soy de caminar, no podía, hacía solo los recados justos…», relata.
Vuelta a su rutina
Afronta esos tres días de hemodiálisis en el Hospital Provincial como un trabajo. «Volví a mi rutina de hace algunos años y digo, ‘voy al trabajo’». Ella recibe el tratamiento a través de una fístula arteriovenosa en un brazo, donde le pinchan. Durante las cuatro horas está sentada en un sillón articulado. Pero aprovecha ese tiempo al máximo. «Hago gimnasia en la sala con el otro brazo levantando una pesa de un kilo y ejercicios con las piernas usando unas gomas. También leo, consulto el móvil y llevo las redes sociales de la asociación Alcer», cuenta Nuria. Ella tiene en su cuerpo tres riñones, los dos suyos, que no funcionan, y el del primer trasplante ahora fallido.