“Todos los años iba a un país diferente, conozco casi toda Europa. Hasta aquel vuelo con Iberia a Roma, en 2017: pasé tanta angustia que ya no he vuelto a arriesgarme”. Ramón Rodríguez, ourensano de 73 años, es, como le dijeron los médicos, un “mal receptor” sin opción a un trasplante renal. “Soy dependiente de una máquina de por vida. Es una parte de mi cuerpo”, explica.
En aquel embarque del vuelo a Italia, acompañado de su esposa y su hijo, que entonces tenía 11 años, quien se negó a aceptar su máquina —apagada y dentro de su correspondiente maleta—, en la cabina de pasajeros fue «la azafata que estaba en la puerta». La agencia de viajes “había alertado previamente al servicio médico de Iberia”, la empresa estaba debidamente informada y no había puesto impedimentos. “Llevaba conmigo toda la documentación, incluso una carta de Fomento que decía que tenía derecho a volar con mi equipo”, relata. “Facturé y pasé el control de seguridad sin problema… hasta que llegué al avión”. “Usted, con ese maletón no puede viajar”, recuerda el paciente que le reprochó la empleada. ‘¡Y además con una mochila!”, protestó la mujer por la bolsa “con ropa” que llevaba Ramón a la espalda. “Esta máquina es mi riñón, no puede ir en la bodega, no puedo correr el riesgo de que se estropee o se pierda”.
Silvia Pérez, vecina de Noia (A Coruña), de 31 años y madre de dos niños protagonizó una escena similar el pasado 29 de agosto. Volaba a Fuerteventura para “recargar pilas” antes del transplante de riñón al que espera someterse en pocos días. También viajaba con Iberia y había avisado previamente de que llevaría consigo una cicladora en su correspondiente maleta, que en total “no alcanza los 30 kilos”. Las “pegas” del personal comenzaron ya en el mostrador de facturación, y aunque logró superar esa barrera, ya no traspasó la puerta del avión. Se quedó en tierra sin solución y abochornada: “Todo ocurrió delante de los demás pasajeros, sin ningún derecho a la intimidad. No me gusta que me vean como una enferma, y no se me nota, pero allí toda la gente se enteró”.
Por suerte, del aeropuerto de Lavacolla (Santiago), se fue al hospital, y al poco rato su caso llegó a Alcer (Asociación para la Lucha contra las Enfermedades Renales). Se armó tal “revuelo” que por la tarde, cuando ya estaba de vuelta en Noia, recibió una llamada de Iberia. Tenía que regresar inmediatamente al aeropuerto porque la compañía la había reubicado en otro avión.
Un portavoz de Iberia explicó así ayer lo ocurrido: “La viajera había avisado de que viajaría con su instrumental pero no especificó medidas. Y cuando llegó al avión la maleta resultaba muy grande para los compartimentos de cabina y el avión iba lleno. Se le ofreció facturarla y llevarla en la bodega, pero no quiso, y luego se le ofreció llevarla como caso excepcional en la cabina del piloto, pero no podíamos garantizarle allí mismo que pudiera hacer lo mismo en el vuelo de enlace en Madrid, así que ella prefirió esperar a que le diéramos otra solución”.
Alcer recibe quejas todos los años por situaciones como estas, que en unos casos se deben a decisiones internas de las aerolíneas y en otros al criterio personal de la plantilla. Según la entidad, el panorama es muy dispar, y mientras que a José Antonio Ruiz, alicantino de 66 años, Vueling le exigió pagar “dos billetes de ida y vuelta” para poder llevar consigo la cicladora, la “discriminación”, en otros casos, obliga a “bajarse del avión”.
“CADA EMPRESA DECIDE DENTRO DEL AVIÓN SEGÚN SU POLÍTICA”
S. R. P.
“Si mi cicladora se pierde estoy yo perdido, es vital para mí”, defiende José Antonio Ruiz, que aunque en 2018 pagó el billete extra para su máquina cuenta que se encontró con todo tipo de trabas dentro del avión para que la maleta viajase en el asiento de al lado. Ramón Rodríguez tuvo más suerte: la “discusión” con la azafata fue “tan fuerte” que “el comandante acabó saliendo, y fue él quien ordenó que la cicladora viajase en la cabina, en el armario para el personal”.
Con el cambio de vuelo por parte de la compañía, Silvia Pérez perdió “día y pico” de sus vacaciones y está preparando una reclamación. “La máquina tiene que reposar seis horas antes de usarse”, hasta pasadas las cuatro de la madrugada no pudo conectarse, y por lo tanto no pudo levantarse de la cama hasta que acabó la diálisis, al día siguiente por la tarde.
El escollo no está en AENA, afirma el presidente de Alcer. Su directiva ha mantenido ya reuniones con ALA y reclama “un protocolo unificado” para las compañías. La portavoz del colectivo que agrupa a la mayoría de aerolíneas reconoce que “el Plan Nacional de Seguridad habla de casos especiales y que recuerda a los aeropuertos que deben facilitar la entrada por el control de seguridad”, pero que no va más lejos. Ese texto, explica, no afecta a las compañías y, de momento, “la decisión dentro del avión depende de la política comercial de cada aerolínea”.
ALA asegura que desde antes del verano trabaja con Alcer y está “haciendo un seguimiento” para resolver el entuerto. Ha pedido al colectivo documentación técnica sobre las máquinas, para conocer sus componentes y aclarar dimensiones y posibles riesgos que puedan sufrir en las bodegas, e información sobre la forma de actuar “en otros países de Europa”.
Pacientes que necesitan llevar un aparato para la diálisis denuncian que algunas aerolíneas no permiten meterlo en cabina u obligan a comprar un billete extra
Fuente: Diario El País