Si a los 32 años, a esa edad en la que casi todos nos sentimos inmortales, descubres que la vomitera que no te deja vivir se debe a una enfermedad ultrarrara que te puede matar, o desfalleces o tu mente se hace fuerte para siempre. Fue lo segundo lo que le pasó a Nuria Cruz, de Pontevedra. Hace quince años le diagnosticaron una patología llamada síndrome hemolítico urémico atípico. «Tu cuerpo destruye tu propia sangre y todo falla», explica. Le falló rápido el riñón y tuvo que dializarse. Estuvo enchufada a la máquina durante una década, amén de sometida a un duro tratamiento. En el 2016 llegó el ansiado trasplante de riñón para cambiarlo todo. Nuria y su nuevo órgano encajaron bien hasta finales del año pasado, cuando su nuevo riñón amagó con mostrar rechazo. Todo quedó en un susto. No sería el único. Solo unos meses después llegaba el covid-19. Y entonces, sí que sí, Nuria supo que era persona de riesgo máximo. Cuenta cómo lleva sentirse señalada por el virus mientras comparte charla con Dionisio AmorÉl también es de Pontevedra y trasplantado. Así que no pueden entenderse mejor el uno al otro.

Nuria, que era peluquera y ahora se apaña con una pensión de invalidez porque además de haberle trasplantado el riñón tiene que ir cada pocos días al hospital a someterse a un tratamiento, es la primera en poner voz a su historia. Insiste en que tiene una cabeza privilegiada «y no por coeficiente intelectual, sino porque siempre me agarro a lo positivo. Podría pensar que mi enfermedad es un mierda, sí. Porque lo es. Pero siempre preferí pensar en que el trasplante me permite llevar mejor vida que cuando me dializaba». Es con esa actitud con la que enfrenta el covid: «Con el coronavirus digo que es como el mar, le tengo respeto, pero no miedo. Con miedo no puedes vivir. Soy consciente del riesgo que corremos los trasplantados, tomando inmunosupresores, pero soy positiva», enfatiza.

Luego, explica que ella estuvo ya confinada antes de que comenzase la pandemia por aquel principio de rechazo que mostró su riñón a finales de 2019. Luego llegó el virus y siguió encerrada: «Le decía a mi marido que era un confinamiento de lujo, que años atrás había estado en el hospital sin Internet, en habitación compartida y con tele de pago. En casa y con Netflix… eso es un lujo», insiste con un vitalismo digno de aplauso. Dejó de ir al súper, abandonó la vida social, limitó al máximo el contacto con la familia… pero no dejó de vivir. Echa una carcajada y, medio en broma medio en serio, dice: «Nunca soy negativa. Si cojo el covid y se lleva mi riñón… espero tener otro».

Dioniso la escucha con atención. Y le dice: «¡Cómo se nota que eres joven!». Él tiene 63 años. Y reconoce que a su cabeza le cuesta sobreponerse a la pandemia: «Yo sí me obsesiono bastante. Es que en mi caso no es solo que sea una persona trasplantada de riñón hace muy poco tiempo, es que también tengo otras patologías que complican mi situación. Soy diabético, me pincho insulina tres veces al día. Tomo Sintrom… es mucho riesgo», indica.

Dionisio no había llegado a los 50 años cuando sufrió lo que parecía un ataque de gota. Acabaron derivándolo a nefrología y, con el tiempo, se tuvo que dializar porque las cosas iban de mal en peor. «Fue una época muy, muy difícil. Día sí y día no enganchado a una máquina durante horas… es duro», explica. En el año 2019 apareció un riñón para él. Y el 10 de septiembre de ese año se convirtió en una persona trasplantada. A partir de ahí, todo debería haber ido a mejor. Y así fue. Salvo cuando llegó la pandemia: «Llevaba muy pocos meses trasplantados cuando llegó el coronavirus y, lógicamente, tienes miedo, porque al principio es cuando más posibilidades hay de un rechazo. Ahora estoy bien físicamente, pero mentalmente me cuesta, la cabeza no para de pensar en qué pasará si cojo el virus. ¿Cómo no lo voy a pensar?»,

Dionisio, como Nuria, vive casi confinado. Se permite sacar al perro dos veces al día y algún paseo en zonas poco transitadas. Antes se iba al lago Castiñeiras. Ahora no puede por el cierre perimetral. Tiene claro que debe cuidar el ánimo. Por si acaso, Nuria, amiga y compañera de trasplante, se lo recuerda: «El vaso no hay que verlo medio lleno, hay que ver tres cuartos lleno», le dice.

 


Dos trasplantados cuentan su historia y explican cómo viven la pandemia


 

 

Fuente: La Voz de Galicia