Este tipo de consulta multidisciplinar reduce un 60% las hospitalizaciones en los pacientes y supone un ahorro anual del 70% en gasto sanitario

Dicen del cuerpo humano que se trata de una máquina perfecta. Y lo cierto es que casi lo es. El engranaje del organismo funciona de forma coordinada magistralmente para ejercer una función en conjunto. Por eso, cuando una de las piezas comienza a fallar, suelen resentirse también otras. Es lo que ocurre, por ejemplo, con el corazón y con el riñón, dos órganos vitales tan conectados que dan lugar al síndrome cardiorrenal.

La relación entre riñón y corazón resulta profunda y compleja. «Ambos coordinan su funcionamiento para mantener un volumen y presión de sangre adecuado y suficiente. Por ello es común que el deterioro de uno afecte al otro», confirma Marta Cobo, cocoordinadora del Grupo de Trabajo de Síndrome Cardiorrenal de la Sociedad Española de Cardiología (SEC) y cocoordinadora de la Unidad Cardiorrenal del Hospital Universitario Puerta de Hierro de Madrid.

En concreto, tal y como detalla la cardióloga, «resulta común que los pacientes con insuficiencia renal presenten más problemas de salud coronaria y viceversa, pero también complicaciones como arritmias, que son alteraciones en el ritmo cardíaco, y especialmente insuficiencia cardiaca, un síndrome clínico en el cual el corazón no logra cubrir las necesidades del organismo». De hecho, según apunta Cobo, «la prevalencia de patologías cardiovasculares en los pacientes con enfermedad renal varía del 63% al 75%, dependiendo del estadio de la enfermedad. Estos problemas cardíacos no solo complican el manejo de la enfermedad renal, sino que también elevan significativamente el riesgo de morbilidad y mortalidad».

Impacto doble

Esa cifra no es baladí, pues «se estima que en nuestro país el 15% de las personas mayores de 60 años tiene alguna afectación renal, lo que significa que el riñón trabaja de forma incorrecta y no es capaz de filtrar y eliminar las impurezas. Y alguien con afectación renal presenta un riesgo elevado de tener un evento cardiovascular. De hecho, si no se diagnostica a tiempo y no se trata correctamente, puede progresar a enfermedad renal crónica terminal, lo que implicaría necesitar algún tipo de terapia renal sustitutiva», explica María José Soler, vicepresidenta de la Sociedad Española de Nefrología (SEN) y jefa clínica de Nefrología y diálisis del Hospital Universitario Vall d’Hebron de Barcelona.

Factores de riesgo compartidos, como la hipertensión, la diabetes, niveles altos de colesterol y la obesidad, pueden dañar tanto el corazón como el riñón, exacerbando las patologías presentes. El «cóctel» resulta tan común como peligroso, de ahí que hace apenas tres años comenzaran a implantarse en nuestro país de forma pionera las denominadas unidades cardiorrenales, «esenciales porque la prevalencia y la complejidad de la enfermedad cardiorrenal están aumentando significativamente», advierte Cobo.

Fuente: Diario La Razón