El joven, de 21 años ya había sido trasplantado una primera vez cuando era niño, pero ese órgano está en la fase final de su utilidad. El donante considera que recibir un segundo riñón de un desconocido sería “como quitárselo a otro paciente que lo necesite”
La vida de Francisco Monfort y Mireya Carratalá dio un vuelco en 2006 cuando los médicos le detectaron a su hijo una enfermedad rara. Se trataba del Síndrome Hemolítico Urémico Atípico, una dolencia que se calcula que sufren 1200 personas en toda España. Los facultativos les dijeron a estos vecinos de Burriana que su pequeño, en apenas 48 horas, perdería toda la función renal.
A José le extirparon los riñones, estuvo en hemodiálisis y con secuelas durante 4 años, hasta que en 2010 la investigación médica llegó para echar una mano muy necesitada a casos como el suyo en el momento que menos lo esperaba. Para ese momento ya estaba acostumbrado a esa vida, apenas disfrutada a medias, que supone estar enfermo, mientras sus padres sabían que el niño tenía opciones de que su vida fuera corta por mucho que ellos estuvieran volcados en su cuidado (su madre dejó de trabajar para poder llevarlo día sí, día no a La Fe, en Valencia, porque en Castellón no se podían tratar dolencias como la suya)
“El primer trasplante que tuvieron que hacer al joven fue en 2010, pero es órgano está fallando”
“Ahí fue cuando la investigación aporta un resultado, que siempre le estaré agradecido a la ciencia. Por fin había un tratamiento. El 24 de septiembre de 2010 se le realizó un trasplante de riñón a José con un medicamento innovador”, explica Francisco. Ese trasplante de órgano funcionó bien, pero la duración de los órganos donados es distinta a la edad del paciente que lo recibe.
Así, aquel riñón que venía de una persona fallecida está mostrando signos de agotamiento total. José, que en la actualidad es un universitario de 21 años, sabe que esa parte de su cuerpo ya no funciona como debería.
“Durante estos 15 años, la vida de nuestro hijo ha sido normal, dentro de lo que cabe, se puedo reincorporar a la vida escolar y luego a la vida universitaria” explica Francisco. José estudia Ingeniería Informática en la UJI, donde se encuentra en primer curso tras haber cursado Formación Profesional.
Lo que sucede es que los médicos de La Fe, lugar donde se sigue tratando José, avisaron hace unas semanas de que dentro de pocos meses habrá que hacer un segundo trasplante. Será ya el tercero del chaval. Y otra vez llegaron las dudas iniciales, el desasosiego de los familiares, por si habría o no habría donante por segunda vez. La desazón por el futuro de José se repetía tras 15 años.
“Y ahora es cuando entro yo en la ecuación. Los trasplantes procedentes de cadáver tienen una calidad, sí, pero se ha demostrado que la donación en vida aporta mayor calidad del órgano”, comienza a explicar Francisco.
La frase de que por un hijo se hace lo que haga falta se aplica al caso, pero Francisco le resta importancia.
“Fue una reacción instantánea, no hubo ni periodo de reflexión”, explica Francisco.
En su cabeza, se trataba de una decisión tan fácil que ni si quiera hacía falta pensarlo dos veces. Él tenía en su mano acabar con la incertidumbre y con las esperas.
“Fue una decisión instantánea, no hubo ni periodo de reflexión. Yo estoy bien de salud y por compatibilidad genética se permite que pueda donar. Tengo 56 años y la edad no es un impedimento como años atrás” describe.
Todo está decidido: en unos meses, José tendrá uno de los riñones de Francisco para poder seguir experimentando esa bonita etapa de la vida que su padre ya ha disfrutado. Francisco no puede siquiera pensar que José no tenga la oportunidad de transitarla.
La fecha del trasplante todavía está por definir, pero con toda la probabilidad que se hará antes de 2026 porque el actual riñón no da para más. “Se estima que sea para finales de año”, dice Francisco.
Otro motivo de peso
Además de por responsabilidad con su hijo, Francisco aporta otro motivo que él considera de mucho peso para haberse ofrecido como donante: Yo siente que, si entráramos en el procedimiento para otra donación de un cadáver, se lo estría quitando a otro paciente” reflexiona. Es un debate ético interno en el que sus convicciones le ponían, sí o sí, como donante.
“Lo hago también en agradecimiento a esa familia que no conocemos y que en 2010 nos regaló la vida que tiene mi hijo”, añade. Por tanto, de la misma manera que otra persona se inscribió como donante de órganos y al fallecer posibilitó que otra persona viviera, Francisco sabe que debe hacer lo mismo en vida.
El temor de José
Mientras tanto, la otra parte de esta historia, José, afronta estos meses con sensaciones encontradas.
La familia pone en valor el trabajo de ALCER Castalia a la hora de luchar por causas como la suya
“Para este trasplante que se me viene ahora evidentemente tengo incertidumbre, o miedo, por decirlo así” confiesa el joven.
El estudiante no tiene tanto temor por tener que volver a enfrentarse a la sala de operaciones y a que algo pueda irle mal, sino por si es su progenitor el que llega a presentar complicaciones por ello”.
“Tengo miedo porque es mi padre, no quiero que él lo pase peor por donarme su riñón” lamenta José. No obstante, por encima de todo está “agradecido porque es no pasar por otras cosas que habría podido llegar a pasar gracias a la donación de mi padre”.
Si todo acaba bien, cada uno con un riñón seguirán disfrutando de cientos de tardes en familia como lo hacen hora. La familia, que reside en Burriana, fundó una asociación contra la enfermedad rara de José, llamada Ashua. Francisco pone en valor la labor de ALCER Castalia, de la que destaca “la batalla que dio su presidente, Juan Domenech, que murió recientemente, para que la provincia fuera un centro trasplantador”.
Fuente: elperiodicomediterraneo.com